
26 Oct Blade Runner o qué esperar de las secuelas
La historia de las secuelas es un drama, una crónica de una muerte anunciada. Santiago Nasar se apodera de nosotros, sabemos que vamos a morir, pero seguimos queriendo ver y narrar nuestra muerte. No por que nos vayan a matar, si no porque la mayoría de las veces nos suicidamos en un intento de tener el control de nuestra propia muerte. Aí radica siempre nuestro mayor fallo: nuestro reiterado intento de deidad sin visos de querer cortar los hilos de demiurgo.
«Blade Runner» marcó un hito. De hito en hito al cielo subió Deckard tras muchos golpes llevados. ¿Causas? Banda sonora espectacular, ambientación sublime, historia verosímil, verista y creíble… aunque nunca llegue a suceder. Ese halo de misterio y atmósfera cargante influyó en nuestras retinas. No muy comprendida supo envejecer, no porque a día de hoy inculque los mismos sentimientos en otras ganeraciones, sino porque sigue inculcando en las de su época lo que necesitamos en cada momento… nos acompaña en nuestra evolución vital.
«Blade Runner 2049» es mejor… y peor… y diferente en su similitud. Tiene las dosis de linealidad con su predecesora suficientes como para matar el gusanillo de los fieles amantes de Deckard y de los blade runners. Comparte base en su musicalidad, en su trama, en sus personajes y en sus imágenes, pero Villeneuve introduce de forma magistral una actualizaciòn de la estética sin que sea notado por el espectador, lo nuevo es mejor que lo viejo, y lo viejo pierde toda la belleza de antaño… sumas y restas que se enmarañan en un ovillo de sensaciones contrapuestas en el espectador… lo que nos esperamos durante años se puede o no cumplir, ese esacervado intento de querer que nuestros sueños se hagan realidad baten de frente (o no) con en pulcro, excelente y espectacular trabajo de Villeneuve. Además el guion fluye con la normalidad de lo inesperado, sin que nos trastoque las posibles curvas de las tramas, que cogemos sin necesidad de agarrarnos a ningún soporte de sujeción externo.
Sublime sería la capacidad de admirar sin cortapisas lo nuevo, sin toda la información que eclosionó en nuestro interior. El espectador que sepa calmar las aguas contrapuestas de dos mareas que chocan y navegue con sabiduría en ese reguero de fluctuaciones será capaz de comprender lo que Villeneuve nos trae y deleitarse como la primera vez, siendo la segunda.
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